El domingo a las seis de la tarde Maximiliano Pullaro ingresará a la Cámara de Diputados para jurar como Gobernador de la Provincia de Santa Fe ante la Asamblea Legislativa. Un par de horas más tarde en el salón blanco de Casa de Gobierno, Omar Perotti le entregará protocolarmente el bastón de mando y le colocará la banda gubernamental.
Por: Darío H. Schueri – Desde Santa Fe
De esta manera se habrá completado el décimo traspaso de mando en 40 años de democracia, que los pondrá a los dos mandatarios en el mojón de la historia.
Habrán concluido cuatro años que sólo Omar Perotti saben cómo impactan en sus sentimientos políticos y humanos, que se cree son indisolubles.
El Gobernador saliente dirá que se retira “con la satisfacción del deber cumplido”; con sus lógicos debe y haber, “pero con la certeza de haber puesto lo mejor al servicio de mi Provincia”, casi un formulismo en la discursiva política. Pero las palabras no siempre – casi nunca – reflejan lo que anida en la conciencia; y sospechamos que en el alma de Omar Perotti habita la frustración de no haber podido entregarle ésos atributos de mando a un hombre o mujer de su propio Partido (cómo alguna vez nos dijo Carlos Reutemann que es la meta deseable de todo gobernador).
Haber perdido su propia categoría electoral dos meses después de resignar la Provincia (la gobernación había claudicado después de las PASO del 16 de julio) debe haber sido un golpe al orgullo que difícilmente haya asimilado.
Seguramente Omar Perotti en el 2019 quería trabajar para ser candidato a Presidente de la Nación, sentía que su exitosa carrera política debía ser coronada de esa manera; pero “pasaron cosas”, la mayoría forzadas por él mismo desde el momento mismo de la jura, que lo impidieron.
Ahora deberá sentarse en una minoritaria banca en la Cámara de Diputados prejuzgado por propios y extraños, compartiendo recinto con otro ex gobernador: Antonio Bonfatti (a quien le ganara hace cuatro años). ¿Por cuánto tiempo?, nadie lo sabe, pero creemos que no será por los próximos cuatro años.
Pullaro no la tiene para nada fácil
Si de desafíos históricos se trata, a Maximiliano Pullaro le tocará capitanear un barco en mar embravecido, cuya bitácora podría cambiar cuantas veces sea necesario en virtud de las circunstancias.
Antes de jurar a las seis de la tarde del domingo que viene, el todavía gobernador electo escuchará por la mañana de manera privilegiada en el Congreso de la Nación, junto a millones de argentinos en sus casas, de boca del Presidente Javier Milei el reporte de daños que deja la actual administración – que todos presuponemos podría ser peor de lo imaginado – y las medidas inmediatas para mitigarlo primero, y recuperarse después. Que también figuramos, pero podrían ser peor.
No queremos conjeturar lo que pasará por la cabeza de Pullaro durante el vuelo de regreso a Santa Fe, si el discurso de Javier Milei es todo lo descarnado que presuponemos. ¿Habría tiempo para retocar el propio que pronunciará un par de horas más tarde?.
Gabinete de guerra
El jueves pasado Pullaro reunió a su “gabinete ampliado” en un teatro de esta capital para marcarles las líneas bisectrices de la gestión: trabajo 24x7x30, austeridad y decencia. Nosotros agregaríamos mucha imaginación, ingenio y marcada interacción territorial, sobremanera con los que están en la primera línea de fuego: los jefes comunales y municipales, que a su vez conectan directamente con las entidades intermedias de todo tipo en sus comunidades.
Los ministerios de Salud (Silvia Ciancio) y Desarrollo Social (Victoria Tejeda) ocuparán el centro de las prioridades en la candente primera etapa de gobierno, trasuntó el gobernador electo, a lo cual le agregó también Educación (José Goity), cuyo ciclo lectivo quiere comenzar lo antes posible (29 de febrero) previo acuerdo salarial en enero con los gremios docentes, que no tendrán ningún margen para tirar de la cuerda más de lo necesario. Habrá una sociedad estragada que auditará rigurosamente al gremialismo, sobremanera estatal.
De la certeza en los primeros pasos dependerá el éxito de los posteriores; de ello pueden dar cuenta los expertos en siniestros. Y Argentina está en estado de catástrofe socioeconómica.
El otro casco estará destinado para el Ministro de la Producción Gustavo Puccini.
Una anécdota: cuando Carlos Reutemann tuvo que elegir un nuevo ministro para el área en el 2002 después que Miguel Paulón se fuera a Buenos Aires a trabajar con Eduardo Duhalde, optó por un convecino de Pullaro: Arturo Di Pietro (oriundo de Hughes) quien era el Secretario de Industria, en lugar del Secretario de Agricultura y Ganadería Oscar Alloatti. Reutemann consideró que la industria era el motor a cuidar para sacar el país adelante, toda vez que el campo con dejarlo hacer se las arreglaba solo.
La tríada Fabián Bastía (Ministro de Gobierno) junto a su secretario de asuntos legislativos Gabriel Real y el estratégico articulador en el campo parlamentario Felipe Michlig, se ocuparán de conseguir que Pullaro tenga a mano todas las normas que necesita para la contingencia.
En estos días conversamos con muchos industriales, entre los cuales notamos un “temeroso optimismo” (“¿lo dejarán gobernar a Milei”?, se preguntaban genéricamente) con respecto de las medidas que trascienden podría tomar el Presidente para el sector que, como señaláramos en nuestra columna anterior, no deberían ser otras que las que están reclamando a viva voz: tipo de cambio único y “competitivo”, eliminación de trabas para la exportación-importación, supresión de cepos, reducción de impuestos “distorsivos”, entre otras.
Terminamos esta columna con el título de una anterior: Javier Milei – y Maximiliano Pullaro, agregamos – asumirán con todos los plazos agotados y una sociedad intolerante.