¿Cerrar o no cerrar la economía? Esa parece ser la discusión. Al menos una de ellas. El recurso a la frase del poeta inglés suena barato; pero en un país signado primero por los dramas y luego por una segunda versión en tono de farsa, la pregunta vale. Como otras. Por caso: pisar el precio del dólar, ¿sirve para frenar los precios o no?
por Oscar Martínez, periodista de Clarin
Seguramente, como un Hamlet contemporáneo, en medio de la duda y la indecisión, Alberto Fernández maneja el carrito de golf de traje y corbata en medio de un fuerte debate consigo mismo. El ministro de Economía, Martín Guzmán, aseguró que la economía no resiste otra cuarentena y su colega de gabinete, Carla Vizzoti desde Salud parece haberle respondido que se necesitan «tres semanas de un esfuerzo más grande». El Presidente decidió y anunció medidas restrictivas para la circulación y la reunión de personas el día del récord de contagiados: más de 22.000, la mitad en la Provincia de Buenos Aires. Paradojas de un país que 48 horas antes festejó el récord de turistas en Semana Santa. ¿Ser o no ser?
Mientras tanto, y a pesar de los esfuerzos poco creativos para enfrentarlos, los precios no dan tregua. El 4% y monedas de este mes augura un trimestre muy por encima del 10% y un descontrol en los valores de alimentos y bebidas a pesar de precios máximos, carnes a bajo precio (el 3% del consumo total) y Precios Cuidados. Habrá que revisar cierta literatura algo pasada de moda y enfrentar a la verdadera bestia negra del gobierno.
Por ahora, se recurrió a un mecanismo poco heterodoxo: pisar el precio del dólar oficial que, frente una inflación pasada del 4-4,5%, se devaluará no más del 2%, y además en una espiral descendente. Es posible que ésta política tenga éxito y, como en épocas innombrales, disfrutemos de tomates en lata italianos o naranjas israelíes, más baratos que los argentinos. Sin embargo, para proteger a la industria y los productores locales, el gobierno puede, y lo hace, frenar la entrega de dólares para algunas importaciones. Si son caros, que sean nuestros, parece ser la consigna. Esta política, además, tiene otro costado negativo: encarece las exportaciones argentinas en dólares.
Por suerte, el súper cepo impide que el público pueda disponer libremente de dólares. Y tanto que el Tesoro se perdió de recaudar $50.000 millones por la venta del «dólar solidario». Estar en los arrabales del mundo tiene ventajas, ya que gracias a la crisis poca gente puede disponer de pesos excedentes como para ir a comprar dólar «blue», que tiene el precio más bajo de los últimos seis meses. Sin embargo, los precios siguen al nivel del «blue» («Retroceder nunca, rendirse jamás», diría Jean-Claude Van Damme, con las disculpas a Sir William).
Todo el escenario político-económico parece girar en torno a la pandemia. Sin embargo, como pocas veces antes, la política sigue marcando el texto de la obra cuyo primer capítulo son las PASO. Y en este marco, la economía sí tiene un papel central para cumplir. Dejado de lado por ahora el acuerdo con el FMI, la esperanza son algunos anabólicos para el consumo, sobre todo entre los sectores que deben sufrir ahora la falta de IFE y ATP. Con la reactivación en cámara más que lenta, Guzmán resiste con su excel los pedidos de la política. Se podría pensar en distribuir el dinero de otro modo, sin tocar el resultado fiscal, reasignando partidas, por caso. Pero todavía hay tiempo como para convencerlo.
Y la última por ahora. En algún momento, alguien deberá tomar cuenta de los pasivos remunerados del Banco Central, tanto por Leliqs como por Pases. La cifra es descomunal, unos 3 billones de pesos, y devenga una carga para el Central de algo así como 80.000 millones de pesos mensuales. Por ahora ningún banco pidió ese dinero y el cierto que el gobierno tiene herramientas como para «convencer» a las entidades de que no lo hagan. Pero, a la corta o a la larga, el déficit cuasi fiscal estalla en las manos de alguien, ya sea la vía monetaria o la cambiaria. Y este dinero se origina en gran medida en la emisión para enfrentar la pandemia y la asistencia durante la cuarentena. Sin acceso al crédito, emitir es la consigna. Guzmán y Miguel Pesce, titular del BCRA, lo saben.
Aunque Stratford-upon-Avon queda lejos de Olivos, un arrabal porteño en el fondo, bien podría recordarse aquello de «el infierno está vacío y todos los demonios están aquí», como don William escribió en La Tempestad.