Tuve la suerte de criarme, formarme y trabajar en el campo. Lo conozco bien y es por eso que puedo decir que no solo es un ejemplo de trabajo duro, largo plazo, sacrificio y constancia: también es un verdadero modelo de la sociedad del conocimiento a la que debemos apuntar como país.
El campo es nuestra matriz económica. Introdujo innovación, tecnología y aumentó la producción. Es fundamental económicamente pero también es una de las bases de cualquier proyecto de país. Es parte de nuestra identidad y una de nuestras marcas en el mundo. Por eso, como argentinos, debemos comprender su importancia, respetarlo, cuidarlo y lograr que sea un motivo de unidad y orgullo.
Dicho esto, también tenemos que reconocer el gran problema de la Argentina: no generamos la riqueza para darle bienestar a los 45 millones de habitantes. Y, lamentablemente, con el agro solo no alcanza y no podemos seguir pidiéndole todo. Debemos invertir en otras áreas del conocimiento, de forma estratégica y sostenida, como parte de una política integral de crecimiento. Hay que seguir el ejemplo del campo. Hay que generar otro “campo” basado en la innovación permanente en todos los sectores y ser el doble de ricos. Un país basado en la ciencia y la tecnología asociada a la producción, como hacen los países desarrollados.
Acá no es el campo o la industria o los servicios. Para desarrollarnos necesitamos un proyecto integrador. Todos los sectores produciendo más valor agregado, para exportar más y generar más riqueza. Y esto se logra con inversión en conocimiento. Hoy la soberanía, la revolución, el crecimiento económico sustentable y sostenido están ahí. Y para esto necesitamos invertir en nuestra gente. La inversión en conocimiento (educación, salud, cuidado del ambiente, ciencia, innovación, tecnología) no es lujo de los países prósperos: es la salida a la crisis, es la base del desarrollo.