Obligar a bares y restaurantes a cerrar a las once de la noche, y restringir la circulación de personas a partir de ese horario en pleno verano, para evitar contagios que se fueron dando durante todo el día, es tan absurdo que ofende el más elemental sentido común. Gobernantes que se pegan un tiro en los pies.
Después que el gobierno nacional anunciara de manera auto exculpatoria restricciones circulatorias nocturnas – que traerán aparejadas desobediencia civil, caos y violencia – en esta ciudad capital, la policía controlará de ahora en más la seguridad en las playas de Guadalupe, donde el fin de semana pasado hubo varias trifulcas ante la impotencia de los guardavidas; sin contar las miles de personas apiñadas desafiando abiertamente al SARS-COv-2, que entre semana se encargó de facturar semejante caos.
Las desbordadas playas de nuestra hermosa laguna, hoy con una bajante tremenda, no fueron solas las protagonistas del desinterés por el Covid: decenas de solares públicos y privados albergaron multitudes que, intentando mitigar las naturales temperaturas veraniegas, se agolparon desconociendo el peligro que los acechaba. Afortunadamente las estadísticas no dan cuenta de internaciones masivas; la mayoría transcurre el proceso viral en sus domicilios, y muchos casi sin darse cuenta.
Lo señalábamos en esta columna hace unos días: el Covid disgrega, enfrenta, rompe con relaciones amistosas y familiares, y es por ello que muchas personas optan por no hacer público algún malestar compatible con la enfermedad (obviamente tampoco llaman para que los hisopen), inclusive por razones económicas si son cuentapropistas. De tal manera, tenemos verdaderas bombas de tiempo epidemiológicas transitando por nuestras calles.
El SARS-COv-2, decíamos hace unos días, alienta nuestras conductas más antisociales y autodestructivas, apañado por gobernantes indolentes que ahora intentan redimirse – no se sabe ante quien, suponemos que ante la historia que los juzgará severamente – dictando medidas tan absurdas como irrisorias, que obviamente incitan a su incumplimiento social, transfigurándolo (al SARS-COv-2) en un vampiro que sale a contagiar entre las once de la noche y las seis de la mañana.
Con la salida del sol, cuando la sociedad comienza a movilizarse masivamente, el virus desaparece. Por decreto.
Por lo menos la Ministra de Salud de la Provincia de Santa Fe Sonia Martorano esgrimió un argumento medianamente razonable sobre la restricción horaria: evitar accidentes de tránsito que ocupen camas críticas para gente con Covid. Le faltó agregar violencia interpersonal y delictiva.
Así y todo, las asociaciones y cámaras que agrupan a bares y restaurantes están poniendo el grito en el cielo, y lo más probable es que haya una rebelión en tal sentido. Obligarlos a cerrar a las once de la noche es condenarlos a fundirse; lisa y llanamente.