El campo se pone en sus espaldas una vez más a la Argentina, porque en gran medida, la suerte de la misma, en el plano productivo – económico y por ilación, el social, depende de aquello que como conjunto y sociedad sabemos hacer mejor, y eso es el resultado de las cadenas agropecuarias argentinas.
No lo dice un sector, lo muestran los números actuales, recientes e históricos; lo dice el mundo, lo dice un ex presidente de Uruguay, quien no puede ser tildado de capitalista, desde el otro lado del charco.
Medida tras medida, globo de ensayo tras globo de ensayo, «en diciembre que el trigo no va a alcanzar, en enero que hay que cerrar la exportación de carne, después la Junta Nacional de Granos, las idas y vueltas con el Mercosur, y ahora no hay créditos para el Campo», una tras otra, la cadena de desaciertos, yerros y errores de diagnósticos, sea por falta de conocimientos del sector, por idoneidad o por intencionalidad. Se van acumulando uno tras otro sumando incertidumbre al único sector activo de la economía, que por sus características propias, por su capacidad y por el contexto mundial aparece como la nave insignia para poder atravesar este temporal global.
El propio Ministerio de Agricultura de la Nación indica que la liquidación de cereales y oleaginosas en su comparativa interanual rubrica una brecha positiva de diez puntos (48% vs. 38% del año anterior), que ya se liquidó, anticipadamente una proporción grande de la cosecha; y es que el campo responde con intención de siembra, con cosecha y con recursos, manteniendo vivo el pujante corazón de nuestro interior productivo. Basta solo andar por las rutas de nuestro país para ver camiones, cosechadoras, tolvas y todo el andamiaje productivo del sector en movimiento.
Las estadísticas sirven para reflejar la realidad y a veces, para distorsionarla. San Agustín decía «la única verdad es la realidad», y la realidad es que un sector que enfrenta tasas impositivas confiscatorias, tipos de cambio efectivos totalmente desacoplados con la realidad, políticas de Estado adversas, ausencia de planes de desarrollo estatal y es blanco de ataques sistemáticos de inútiles crónicos; es hoy, lo fue ayer y lo será mañana el único capaz de sentar las bases del desarrollo social, como fue en Australia, Canadá o Nueva Zelanda por nombrar algunos casos.
Sin embargo, hoy nos encontramos nuevamente con normativas que diseñadas sobre una planilla de Excel, no tienen en cuenta las características propias, las dinámicas productivas y de integración de cadena del principal aportante de divisas de exportación, dejándolo fuera de juego en la posibilidad de obtener créditos a tasas lógicas para las actividades productivas, es decir para la generación de empleo genuino.
Los años, las experiencias, la suma de batallas afrontadas nos dicen que algo huele mal, nos cortan el crédito por un lado, por otro aparece un antagonista de un viejo pedido del sector (los créditos a valor producto) solo que la herramienta que emerge es un DIVA (depósito de interés variable) «Plazo Fijo a Valor Producto», y simultáneamente, cual si obedeciera a una estudiada y premeditada estrategia de pinzas en un tablero de ajedrez, llegan comunicaciones de corredores y exportadores solicitando la pesificación inmediata de los contratos de venta de cereales y oleaginosas. No está demás decir que semejante situación no hace más que agredirnos el intelecto.
La realidad puede analizarse de diferentes maneras y una de ellas nos lleva a la Fábula de «La Rana y el Escorpión» de Esopo.
Si esto se concreta, todo terminará como en la Fábula de Esopo y una vez más, «La Rana y El Escorpión» habrán explicado la realidad.
prensa: confederaciones rurales argentinas