Un tercio de la humanidad está en cuarentena por culpa del coronavirus, del cual algún día – más temprano que tarde – la República Popular China deberá darle creíbles explicaciones al mundo.
El SARS-CoV-2 (así lo apodaron los científicos al “enemigo invisible”) en la era inter planetaria nos retrotrajo a la antigüedad, cuando las pestes bíblicas se curaban con cuarentena. Muchos, muchísimos, morían; se apelaba también – como ahora- a las invocaciones sobrenaturales a sabiendas que no habría otro remedio. Hoy el mundo no aguarda la magia de Messi, ni la genialidad de un astro de la NBA para ganarle la jugada al COVID-19; esperan que esos seres anónimos, coloquialmente llamados “científicos”, encuentren la manera de atacarlo con éxito; y lo más rápidamente posible.
Más dudas que certezas.
Conocer el periodo de incubación de COVID-19 (¿es realmente de 14 días?) es clave para su contención, porque hace que sea más fácil para los epidemiólogos evaluar la dinámica probable del brote, y permite diseñar una cuarentena efectiva y otras medidas de control y contención.
Por lo pronto, ya existen evidencias suficientes que prueban el contagio por parte de los denominados “asintomáticos” (al principio se creía que el virus se propagaba sólo al manifestarse la enfermedad), lo cual lo torna más “trágicamente impredecible” aún.
¿Será por eso que no se sabe cuando se dará el “pico de la pandemia”?, como si se pronosticara con certeza la llegada de la creciente de un río. ¿Hay algo que no sabemos y deberíamos?.
El día después de mañana.
Mientras tanto, economistas, ensayistas, y demás pensadores universales se encargan de buscarle explicaciones míticas, filosóficas y económicas al incierto “día después”.
¿Cambiará el mundo tal como lo conocemos?; ¿habremos aprendido algo de esta calamidad?; ¿es quizás una “prueba Divina”?. O, como satirizan muchos memes, “estaremos condenados a extinguirnos”.
Entre tantas teorías a futuro, un amigo que practica el sutil arte de analizar la política y sus adyacencias sociológicas sostiene que se viene -en el mundo- el “interiorismo”: “más gente viviendo pueblos pequeños y menos en grandes urbes”. Tendencia urbano- social que por otra parte se viene adoptando.
Otros creen que la economía mundial se transformará y, tal como lo venía pidiendo a gritos el Papa Francisco, el capitalismo deberá adoptar un sesgo más humanista, menos hereje empezando por cuidar “la casa de todos”, bajo el axioma que el COVID-19 no nos haga perder de vista la próxima desgracia: el cambio climático.
Que la cuarentena no agrave la pandemia.
Ahora bien, vayamos a lo dramáticamente real: este lunes millares de argentinos, pese a las restricciones y advertencias punitivas querrán salir a la calle para “ganarse la moneda”, convencidos de que si no los matará el virus lo hará la economía y sus funestas secuelas: depresión, desesperación y decisiones extremas, empezando por desafiar las limitaciones impuestas.
Advertir y evitar el caos mientras se está a tiempo.
Los gobiernos locales, además de cerrar sus ejidos urbanos (en algunos casos exagerada y ridículamente) para que nadie ande contagiando por ahí, deberían elaborar inmediatamente un censo de subsistencia económica de comercios, empresas y cuentapropistas varios al borde del desastre, para elevarlo a las autoridades provinciales.
Paralelamente, hacer uso del sentido común admitiendo racionalmente en sus poblados actividades aún vedadas de acuerdo a la demografía – no es lo mismo un pueblo de tres mil o cinco mil habitantes que una gran ciudad- . Eso evitaría males mayores; y aliviaría recursos económicos por parte de la Provincia.
Por los cuidados no habría problemas: las pavorosas imágenes de los millares de muertos diarios en el mundo, y el sólo hecho de imaginar que cualquiera de nosotros podría transformarse en uno de esos cadáveres, ya pegó fuerte en la conciencia colectiva; lo prueba el hecho de que sin ser exigible, cada vez más personas salen a la calle con sus bocas y fosas nasales – lugares por los cuales se colaría el virus- cubiertas; mientras que el “distanciamiento social”, ya se transformó, afortunadamente, en un hecho “socialmente patológico”.
Repartir para prevenir no solo el pico de la pandemia.
Retomando el censo de actividades al borde del colapso, la FECECO ya lo advirtió dramáticamente (habla de 200 mil pymes), y bien podría colaborar con sus asociados de primer grado: los centros comerciales, para tal faena de empadronamiento. De la misma manera la UISF y otras entidades como Apyme.
El Gobernador Perotti necesita inmediatamente conocer el grado de fiebre de su economía local, para tomar las urgentes decisiones terapéuticas que la hora reclama. Argentina no está en la misma situación económica que España, Italia, Francia, ni muchos menor EEUU; la pandemia nos sorprendió con las defensas económicas hecha añicos.
La cuarentena a rajatablas podría ser más letal que el propio coronavirus. Sin descuidar los protocolos, hay que apelar al raciocinio.
Santa Fe estará recibiendo por estas horas mucha plata de la Nación para atender la crisis sanitaria; mientras tanto, el Ministro de Economía Walter trata de monetizar las autorizaciones legislativas de endeudamiento. Bien podría el gobierno provincial destinar una parte de la ayuda nacional para asistir a otro enfermo prontamente terminal: la economía doméstica.
El propio Gobernador Perotti cuando era Ministro de la Producción ideó las exitosas Agencias para el Desarrollo, distribuidas estratégicamente en todo el territorio provincial; serían un canal adecuado para trasladar la ayuda estatal. Y de paso desde el área correspondiente, instar al mutualismo diseminado en toda la geografía provincial, para que haga su aporte a las economías domésticas de las cuales se nutre.
Además, tal como hizo días antes de la drástica decisión de entrar en aislamiento obligatorio, el Gobernador debería convocar – sea de manera presencial o por internet – a todas las fuerzas políticas y productivas para que aporten sus ideas, como exhibe el Presidente de la Nación con los expertos en salud.
La UCR, recientemente el socialismo, el PDP entre otros, dieron a conocer planes de contingencia. No sería mala idea escucharlos y debatirlos.
Evitar que el virus destruya el sano juicio.
Lo anotamos la semana pasada e insistimos: la pandemia junto a su remedio casero – hasta que aparezca la droga milagrosa- la cuarentena, están alterando peligrosamente la psiquis de las personas.
No hay necesidad de salir a medir el “humor social”; se palpa en el ambiente. Los gobernantes tienen que actuar para minimizar sus efectos. La prudencia y su hija dilecta: el sentido común, son imprescindibles virtudes en estos aciagos tiempos.