El 11 de abril de 1999 se jugó uno de los clásicos santafesinos más emblemáticos y tristemente célebres de la historia.
Trayendo consigo ambos una actualidad futbolística irregular, Colón en su reducto recibía la visita de un Unión que llevaba 10 años sin imponerse en este derby.
El encuentro en aquella nublada tarde de domingo estuvo completamente desprovisto de emociones, era un empate sin goles que seguía solamente atrapando la atención por la importancia que siempre implican este tipo de partidos.
Sin embargo, la historia tuvo un desenlace abrupto y precipitado, que no terminó siendo trágico únicamente por obra del destino cuando, a los 17 minutos del complemento, el árbitro asistente, Alberto Barrientos, recibió un proyectil que le dañó severamente su cuero cabelludo.
Tras la suspensión inmediata del cotejo, sobrevinieron días en los que se apreció un concierto dantesco de acusaciones cruzadas entre los dirigentes de ambas instituciones. Es obvio que las mayores responsabilidades debían ser afrontadas por el club local, sin embargo, los representantes sabaleros acusaron -aprovechando la carencia de imágenes fílmicas probatorias- que el objeto contundente había partido desde la parcialidad tatengue.
Ante la falta de pruebas irrefutables que pudieran determinar una responsabilidad concreta, la decisión tomada por el Tribunal de Disciplina fue tan inédita como bochornosamente salomónica. A Colón se le dio por perdido el partido, pero a su rival no se le otorgó el triunfo, ya que el ente mencionado, coptado siempre por el poder grondonista, decidió dar por finalizado el encuentro con el 0 a 0 parcial hasta ese momento, por lo que Unión sumó solamente una unidad.
Si bien al dueño de casa se le descontaron tres puntos adicionales a la pérdida dada por decreto, su estadio no recibió suspensión alguna, jugando incluso con público, los siguientes partidos en condición de local.
Gentileza: Roberto Suarez – el preliminar radio