Corría el año 1936 y el planeta se encontraba en las puertas de lo que, a la postre sería, el conflicto bélico más trágico que la humanidad recuerde.
El fortalecido y soberbio régimen nazi se presentaba ante el mundo con la organización de los Juegos Olímpicos de Berlín, un acontecimiento que tenía como principales propósitos, mostrar el poderío con el que contaba el Tercer Reich y exhibir la supremacía de la raza aria por encima de todas las demás existentes.
Dentro de este contexto, el país anfitrión -en complicidad con un importante sector del Comité Olímpico Internacional- pretendió prohibir que en esta cita participaran atletas de religión judía, ampliando esta veda para los afro-descendientes.
El ministro de propaganda nazi Joseph Goebbels, fue quien se encargó de todo lo concerniente a la imagen que quería dar al mundo y a las generaciones futuras, fue él quien debió encabezar las negociociaciones ante quienes llevaban consigo la intención de revertir esta absurda prohibición; la que a último momento fue disuelta.
James Cleveland Owens, más conocido como «Jesse», nació en el seno de una familia muy pobre del estado norteamericano de Alabama. Desde muy chico tuvo que lidiar, no solamente contra las desventajas propiciadas por sus carencias económicas, sino también contra la hipocresía de un país que se mostraba como inclusivo fuera de sus fronteras, pero que en su interior no le permitía a los negros ni siquiera el derecho de sentarse en un colectivo.
Representando a la escuela de Ohio, gracias a una beca conseguida por su esfuerzo y talento, pudo clasificarse de gran forma para una cita olímpica cuyo acceso le significó un dolor de cabeza, ya que no solamente contó con los problemas relatados con anterioridad, sino que además debió sufrir que su propia comunidad lo tratara de traidor por el solo hecho de participar.
Una vez instalado en Alemania, el mundo entero pudo conocer la presencia de un atleta de excelencia y antología.
Sin inconveniente alguno comenzó a dejar su huella obteniendo las medallas de oro en las competencias de 100 y 200 metros; para luego mostrar su jerarquía consiguiendo también la insignia dorada en la disciplina de salto en largo.
Como una norma tácita y explícita, cada campeón olímpico debía acercarse al palco de Adolf Hitler para recibir las felicitaciones de éste; sin embargo en el caso de Owens, el Führer decidió esconderse para no mostrarse ante el mundo dándole la mano a un negro.
El destino y una tremenda injusticia le tenían deparada una grata sorpresa a Jesse: presionado por el régimen organizador, el entrenador del equipo de atletismo de Estados Unidos decidió excluir a dos corredores judíos de la competencia de posta en 400 metros. Así le llegó la chance al flamante tricampeón para batir lo que hasta ese momento era un récord, ganando de esta manera su cuarta medalla de oro en un mismo juego olímpico, ante la ofuscación de una desencajada cúpula anfitriona.
Lamentablemente, la de Berlín fue la única oportunidad olímpica en la que pudo estar presente la gacela negra, ya que dos años más tarde estalló la Segunda Guerra Mundial, impidiendo que se llevaran a cabo los juegos de 1940 y 1944.
Pero las injusticias no se terminaron en Berlín. Al regreso a su país de origen se organizó un banquete en su honor e increíblemente él y su esposa debieron entrar por la puerta de servicio, ya que en el lugar escogido para la celebración los negros tenían la entrada restringida por el ingreso principal.
Jesse Owens falleció el 31 de marzo de 1980, cumpliéndose este martes, 40 años de su paso a la inmortalidad.
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