Organizado por la Asociación Sanmartiniana “Cuna de la bandera”, del 1 al 9 de febrero de 2018 se llevó a cabo el 21º Cruce de los Andes, del cual tuve la dicha de poder participar. Por Walter Tomé.
La propuesta de la Asociación se enmarca en un proyecto pedagógico, histórico y cultural, por lo que, quienes lo vivimos, pudimos enriquecernos en diferentes aspectos: repasar y revivir el cruce que hace 201 años realizó el General San Martín con el glorioso Ejército de los Andes, imbuirnos de un espíritu patriota -que tristemente muchas veces se va diluyendo en nuestra sociedad-, conocer la geografía, el clima, el silencio y la cultura que impera en la montaña, compartir estas duras jornadas de cabalgata con otros expedicionarios impulsados por el mismo interés, enriquecer el espíritu con tanta maravilla natural, entre otros aspectos cultivados en lo personal.
La Asociación organiza el cruce a través de los pasos de Portillo, Uspallata y Los Patos, replicando así tres de los seis pasos que utilizó San Martín para vencer a los realistas que los esperaban del otro lado de la cordillera, conducidos por Marcó Del Pont. Yo pude participar del Paso de los Patos, el mismo que transitó hace dos siglos el General San Martín con el grueso del ejército libertador, por lo que la vivencia lograda tuvo una especial emotividad. Luego de largas horas de cabalgata diaria, que iban alternándose de 5-6 hs. a 10-11 hs. cada jornada, el lunes 5 llegamos a nuestro objetivo: el Hito en el que se encuentran los bustos de San Martín y O’Higgins, emplazado en plena cordillera, donde se halla el límite con Chile. Allí nos dimos cuenta de otra feliz coincidencia: los carteles explicativos que acompañan el lugar señalaban que, justamente en esa misma fecha -un 5 de febrero- pero de 1817, el General San Martín con sus tropas pasó por ese mismo lugar. Con gran orgullo, cantando el Himno Nacional, rendimos un sentido homenaje a esos hombres que 201 años atrás se dirigían a luchar para liberar a nuestro país, Chile y Perú de la opresión española. La ocasión también fue propicia para enarbolar la enseña patria con la inscripción “44”, en recordación de los tripulantes del ARA San Juan que dejaron su vida en el mar argentino.
Nuestra columna, compuesta por cuarenta personas de diferentes puntos del país, logró realizar esta travesía sin mayores dificultades, compartiendo el día a día con una actitud amigable, solidaria y tolerante. Con el paso de las horas, cabalgando prácticamente sin detenernos, el cansancio empezaba a hacerse sentir, sin embargo, quizá sea el clima de la cordillera, el entorno majestuoso que nos rodeaba y el propósito que cada uno se había fijado, lo que hacía que, al llegar a un lugar, desensillar los animales y armar las carpas, enseguida aflorara un clima de entusiasmo, buen humor y cordialidad, sin que falte la guitarreada encabezada por Joaquín, el baqueano cocinero, con sus zambas y chacareras, y seguido inmediatamente con el mismo ritmo por Juan Pablo, el médico salteño que a la música le sumaba sus breves cuentos, que a todos arrancaba una sonrisa.
Y así fueron pasando los días y la columna de expedicionarios que portó durante este tiempo las banderas Argentina, la de Los Andes, Perú, Chile y la del Vaticano, avanzaba entre subidas pronunciadas y luego las impresionantes bajadas, rodeados por un espectáculo de colores, formas y relieves, con algunos valles verdes que aparecían después de trepar durante varias horas, el ruido lejano que producían los rápidos ríos originados en el deshielo, con la vista majestuosa del Aconcagua cuya cumbre se veía –como pocas veces ocurre- totalmente despejada, con la compañía de algunos cóndores que sobrevolaban el lugar, guanacos que se mueven hábilmente por las laderas de las montañas y cientos de cabras que pasan a pastar desde el vecino país. Con este fabuloso escenario fuimos concluyendo este cruce que sin dudas perdurará por mucho tiempo en la memoria y las retinas de quienes formamos parte de él.