Un año más sentimos la cercanía de Dios en nuestras vidas y experimentamos ese gran amor que Él nos tiene. ¡Dios se hace uno como nosotros! Y nos alegramos, por ello festejamos, adornamos con luces de colores nuestras casas y calles, nos felicitamos y nos hacemos un poco más niños, como si el Niño que ha nacido nos invitara a achicarnos y olvidarnos de todo aquello que nos aleja de la confianza, del amor y de la generosidad solidaria parta todos.
Pero estos días, también tienen el peligro de hacernos olvidar que lo que celebramos es el inicio de esa gran historia de amor que es la Encarnación de Dios. Cuando cantamos los cantos navideños recordamos a los pastores, los pobres que recibieron la gran noticia y quienes le ofrecieron al Niño lo poco que tenían.
Una Encarnación que nos invita a mirar como los pastores desde abajo, y caminar hacia Belén en busca de quien nos va a salvar y encontrarnos, sorpresivamente, con la fragilidad de un niño pobre.
Nuestra vida, hoy, sigue siendo un gran Pesebre viviente, anónimo y, al mismo tiempo gigantesco. Están todos y ninguno sobra, Dios sigue naciendo en medio de nuestro pueblo y la Estrella sigue brillando cada vez que somos capaces de dejar nacer la Esperanza en medio nuestro; cada vez que pensamos en el bien común, en el bien del otro antes que en el nuestro; cada vez que compartimos, aunque sea poca cosa, con aquellos que aún tienen menos que nosotros.
Un pesebre donde el papel madera y el cartón también son el escenario de muchas cosas donde vive nuestra gente, en los que el agua corriente no corre y la luz ilumina la pobreza, reflejo de una sociedad que dice creer, no se supera la indigencia y que hemos de esforzarnos en dar hasta que duela, para que nadie sienta que su vida no tiene sentido.
Un pesebre donde hay muchas figuras rotas, de esas que a veces uno siente la tentación de sacar porque afean, pero que están ahí, rotas, porque alguien las manejó mal, las rompió y dañó porque alguien no supo cuidarlas. Rotas también porque esta sociedad nuestra les enseñó a aprovecharse de los otros, haciendo de la miseria un negocio del que vivir, rotas por el desengaño de las promesas no cumplidas, rotas porque no acaban de descubrir el camino hacia Belén, hacia la Esperanza, sintiéndose fuera del camino de la vida…
Lic. Nilda Edis Martinazzo
Miembro de GEPLAVI