NACIONALES – NOTA DE OPINION – A más de un observador le llama la atención el comportamiento de Carlos Menem, funcional a la estrategia de los Kirchner. Por Rogelio Alaniz.Algunos suponen que los Kirchner se han comprometido a aliviarle su situación procesal, otros consideran que en realidad lo que está jugando es la fuerte lealtad peronista, no faltan los que aseguran que a Menem los años le han jugado una mala pasada, una manera elegante de decir que está “gagá”. Cualquiera de estas interpretaciones puede ser posible, pero el criterio de verdad para evaluar la conducta de Menem debe ser la propia trayectoria política del riojano, su pertenencia al peronismo y su singular manera de entender las relaciones con el poder.
Un ejemplo puede servir de punto de partida para ilustrar una hipótesis. Hace unos días, un amigo me contó que en una entrevista televisiva, Menem aseguró que la inflación en la Argentina era del veinte por ciento mensual. El periodista lo corrigió diciéndole que ése era el porcentaje anual. Menem insistió en lo suyo y durante tres o cuatro infinitos minutos se mantuvo esta discusión hasta que el periodista le demostró con estadísticas y opiniones de otros economistas que estaba equivocado. Sólo ante esta abrumadora evidencia, Menem aceptó que se había equivocado y no en un detalle sino en una dimensión que alteraba totalmente la realidad o lo que pretendía demostrar.
Pues bien, para mi amigo ésa fue una prueba más que evidente de que Menem está senil, suposición que yo me permití refutar en toda la línea recordándole que en 1989 Menem decía barbaridades parecidas y peores, y que durante su presidencia los papelones en las conferencias de prensa o en las declaraciones públicas eran cotidianas. En este caso, no se trataba de ignorancias culturales increíbles en un presidente, como suponer que Sócrates había escrito muy buenos libros o Borges era un extraordinario novelista o que los “Cantares” no los había escrito Antonio Machado sino Atahualpa Yupanqui; se trataba de fallas conceptuales vinculadas con su propia función.
Un político no está obligado a saber de todo, y mucho menos a conocer las últimas novedades teatrales o musicales, o la calidad de la reciente exposición de pintura en el Museo de Artes Visuales, pero debe estar actualizado en los temas que hacen a su trabajo. Pues bien, en todas estas cuestiones, Menem fue literalmente un inimputable, un personaje que se sostuvo en el poder gracias a las discutibles habilidades de la picaresca, porque jamás fue capaz de dar una definición, explicar un concepto, brindar un punto de vista interesante. Campeón de los lugares comunes, exponente típico de los más detestables vicios -ya no sólo del político sino del ciudadano-, alentador de las peores pasiones de una sociedad, exponente fiel de una visión del mundo donde la frivolidad suplanta al talento y los lugares comunes a la inteligencia, emblema del político tramposo que además se jacta de su condición de tramposo, Menem es quien es, pero su existencia política es también el emblema de una cultura, de una sociedad y de una importante fracción de la clase dirigente que creyó en su momento que por fin habían encontrado al “hombre del destino”. Dicho en términos sociológicos, el problema no es Menem sino el menemismo, o los menemistas, o la relación perversa que Menem estableció con la sociedad argentina.
Para concluir, el Menem de los ochenta años no es muy diferente del personaje que con sesenta años llegó a la presidencia de la Nación y se mantuvo en el poder durante diez años gracias -no olvidarlo- al voto de los argentinos; por lo menos, de una mayoría de argentinos que lo votó en reiteradas ocasiones disponiendo de toda la información respecto de la catadura del caballero. Es más, en 2003 Duhalde tuvo que recurrir a una estratagema legal para impedirle llegar otra vez a la presidencia, porque en condiciones normales hubiera ganado, como lo demostró en esa primera vuelta de 2003 en la que obtuvo más votos que Kirchner.
La supuesta senilidad, su tránsito vocacional por el ridículo y el grotesco, hoy parecen más evidentes que nunca porque ha perdido el poder y sus atributos, seducciones e impunidades que el poder despierta e inspira. No sólo ha perdido el poder en la Argentina, también lo ha perdido en La Rioja, con lo que se refuta aquella aseveración que sostenía que Menem en su provincia era imbatible porque expresaba “el ser riojano” con rigurosa y tortuosa fidelidad. Los hechos, una vez más, demuestran que estos personajes valen cuando tienen poder, porque cuando lo pierden no hay mística ni carisma que valgan, méritos que para ejercerlos es necesario que inspiren en algún momento alguna pasión noble, alguna convicción fuerte, algún ideal trascendente, alguna vocación generosa. Pero un personaje como Menem nunca tuvo ni tendrá que ver con estas virtudes.
No deja de resultar sintomático que mientras Alfonsín vivió sus últimos años arrullado por el reconocimiento de la sociedad y de la mayoría de la clase dirigente, recibió reconocimientos formales y reales de universidades nacionales y extranjeras, al señor Menem ni siquiera la más modesta academia de corte y confección se ha dignado otorgarle algún diploma.
A todos los “reconocimientos”, Menem se los ganó en su momento de esplendor y lo que ahora está haciendo es corroborar que siempre fue el mismo, el político miserable, ignorante, mezquino y corrupto que los argentinos supimos convalidar. ¿El destino de los Kirchner será el de Menem? Buena pregunta. Hay diferencias por supuesto, pero hay coincidencias inquietantes y sugestivas. Por lo pronto, estas coincidencias son las que ahora están saliendo a la luz, coincidencias de las que nadie debería asombrarse porque en la década del noventa el romance entre Santa Cruz y La Rioja fue pleno. Es verdad que el discurso de los Kirchner es diferente al de Menem; también son diferentes los imaginarios que se construyen y los actores que se sienten convocados por unos y otros. Menem llamó a la Ucede para asistirlo; Kirchner cuenta con el apoyo de Carta Abierta y Hebe de Bonafini. A decir verdad, no sabría con quién quedarme, pero el peronismo siempre ha sido un maestro para instalar estas alternativas. Recuerdo que en 1974, un dirigente peronista planteó públicamente que había que apoyar a Isabel, porque si no venían López Rega… o Firmenich. Maravilloso.
En primer lugar corresponde preguntarse, no tanto qué es lo que ocurre con Menem y Kirchner sino qué sucede con los menemistas y los kirchneristas. En segundo lugar, sería interesante saber si estas diferencias entre Carlos Saúl y Cristina o Néstor son decisivas o no, sobre todo si se tiene en cuenta que en política, los programas y los discursos cambian según las exigencias de las coyunturas. Pero lo que no cambia nunca es la concepción del poder y es en ese punto donde los Menem y los Kirchner son parecidos, demasiado parecidos al punto que muy bien podría decirse que ambos son leales seguidores del sagrado principio de que “para un peronista no han nada mejor que otro peronista”, sobre todo a la hora de sacarse las papas del fuego o repartirse las rentas del poder o sus despojos.
¿Ejemplos? En esta semana, Alberto Fernández dijo, para refutar a quienes le imputaban haber sido duhaldista en otros tiempos, que él siempre había sido peronista y que lo demás eran circunstancias de la política. Perfecto. Jorge Yoma, todo un apellido y toda una trayectoria, declaró el mes pasado algo parecido: “Yo soy peronista y siempre serviré al peronismo y por eso estuve con Menem en los noventa y con Kirchner ahora”. Así me gusta más. La pregunta, por lo tanto, es la siguiente: ¿Cúantos Jorge Yoma o Alberto Fernández hay hoy en el peronismo? Yo creo que muchos. Y me parece bien que así sea, porque efectivamente a un peronista no se le puede reprochar su pertenencia al peronismo; en todo caso, a quienes hay que hacerles algún reproche es a muchos que sin ser peronistas creen que Menem no fue peronista pero Kirchner sí, o a la inversa. A modo de conclusión, podría decirse que si alguna vez Borges escribió la frase: “No nos une el amor sino el espanto”, hoy bien podría escribirse, para explicar lo que pasa con Menem y Kirchner, que “no los une el amor sino el peronismo”.
Rogelio Alaniz