Chile: ¿Giro a la derecha?

INTERNACIONALES – NOTA DE OPINION – Chile debe ser el único país en el mundo donde la derecha se asume como derecha sin complejos. Por Rogelio Alaniz.La victoria de Sebastián Piñera, por lo tanto, es una victoria de la derecha, designación que nadie pone en tela de juicio, ni siquiera los propios derechistas. En Chile, ser de derecha significa adherir a una honrosa tradición nacional y popular, tradición que ni siquiera el pinochetismo logró empañar.

En 1973 toda la derecha fue pinochetista, incluida la democracia cristiana, pero años más tarde comenzaron las inevitables diferenciaciones. El diario El Mercurio, el más legítimo representante de la derecha, no disimula su satisfacción por los resultados del domingo y recuerda que desde los tiempos de Jorge Alessandri -presidente desde 1958 hasta 1964- no llegaba al poder por vía democrática un candidato de la derecha.

Desde una perspectiva histórica, habría que señalar que en Chile la derecha gobernó desde 1973 a 1990 con Pinochet, pero en este caso el poder no se ejerció en nombre de los votos sino de las botas, lo cual, importa destacarlo, no significaba que Pinochet no contara con una importante adhesión social. Una de las grandes sorpresas políticas de mi vida fue cuando me tocó contemplar el desfile de pinochetistas en la Alameda unos días antes del plebiscito en el que la dictadura fue derrotada. Eran multitudes, y como toda multitud la composición social era heterogénea. Había ricos y pobres, jóvenes y viejos, chicos de pelo largo y vaqueros, y chicos peinados a la gomina con saco y corbata. Una sorpresa para quienes suponíamos que Pinochet era un chimpancé solitario y gruñón.

La derecha ganó en Chile, pero no sé si el resultado autoriza a decir que el país giró a la derecha. Frei no era precisamente un candidato de la izquierda, y sus discursos de los últimos días estuvieron más dictados por la necesidad de ganar votos que por las convicciones ideológicas de quien expresó el pensamiento más conservador de la Concertación. Si queremos ser estrictos con las palabras, deberíamos decir que Chile no giró a la derecha sino que avanzó unos grados más en esa dirección. Se podrá decir que los sectores sociales que apoyaron a uno y otro candidato son diferentes, pero esa verdad debería relativizase porque clases altas y clases populares hubo en las dos coaliciones.

La identidad de izquierda o derecha si funciona en algún lugar es a nivel de militantes y dirigentes. Por comprensibles necesidades de reconocimiento, los políticos necesitan una autorrepresentación que los justifique. En este sentido, puede decirse que los miembros de la Concertación se sienten más identificados con el universo ideológico de las tradiciones de centro izquierda, mientras que en la coalición de Piñera predomina una autorrepresentación de derecha.

Todas estas consideraciones deben relativizarse porque en la vida real la Concertación no es tan de izquierda como la pretenden representar y la Coalición no es tan de derecha como se dice. Al respecto, convendría preguntarse si los parámetros derecha-izquierda alcanzan o sirven para entender los actuales dilemas de la política chilena. En realidad, la disputa real del poder no fue entre derecha e izquierda sino entre continuidad o alternancia.

Frei y Piñera se esforzaron por presentarse no como izquierdistas o derechistas, sino como candidatos de centro, sabedores ambos de que la lucha por el poder en las sociedades democráticas es para ganar el centro y no los extremos. Por supuesto que Frei recibió el apoyo de más de un izquierdista, mientras que Piñera contó con la adhesión de derechistas fanáticos, pero así como la victoria de Frei no hubiera significado la llegada del Partido Comunista al poder, partido al que Frei cortejó particularmente en esta segunda vuelta, la victoria de Piñera no significa que los energúmenos de la Legión Cristiana, por ejemplo, asumirán el gobierno.

La alternancia, entonces, fue la ganadora en estos comicios. La Concertación perdió porque después de veinte años en el poder es muy difícil, por no decir imposible, disfrutar del apoyo de la mayoría. Se podrá discurrir acerca de si ganó Piñera o perdió Frei, pero en lo fundamental está claro que ahora le toca el turno a la derecha. De ella depende renovarlo, como de la Concertación depende mantenerse unida, prepararse para ejercer la oposición y rehuir la tentación de creer que para ganarle a Piñera en el futuro hay que correrse más a la izquierda.

Se sabe que los lunes se comentan con tranquilidad los resultados de los partidos de fútbol y de las elecciones. Cuando todos conocen el desenlace, las evaluaciones son más previsibles. Hoy en Chile, muchos reflexionan sobre la derrota de la Concertación y tratan de encontrar al culpable o al responsable. Los palos más importantes los recibe Frei, como corresponde en cualquier elección en el que el candidato perdió.

De todos modos, para ser justos, habría que decir que Frei hizo una excelente elección. El más elemental manual de Instrucción Cívica señala que cualquier gobierno después de veinte años en el poder se desgasta. La Concertación no tenía por qué ser la excepción. El desgaste se produce en todos los niveles: en el agotamiento de los liderazgos, la burocratización, la corrupción en las estructuras estatales. Esta verdad vale para todos. Frei no perdió por ser de derecha o de izquierda, sino por representar a una fuerza política que estaba en el poder desde hacía dos décadas.

La señora Bachelet que se fue del gobierno con un ochenta por ciento de aceptación, no pudo transferir los votos a Frei. Ocurre quer en Chile la aceptación de una gestión de gobierno es una condición necesaria pero no suficiente para ganar. En algún momento habrá que estudiar en serio qué significan estas adhesiones a un presidente, porque sospecho que las evaluaciones que hacemos los argentinos de estos procesos no son las mismas que hacen los chilenos, menos contaminados por la tradición presidencialista y con una clase política dirigente más consistente que la nuestra.

A juzgar por las reacciones de ganadores y perdedores, está claro que estamos ante un modelo de democracia republicana. Frei y Bachelet saludaron al ganador; el ganador, por su lado, repartió piropos entre los perdedores, pero más allá de los buenos modales, está claro que predominará más la continuidad que la ruptura. La derecha en Chile ha demostrado que puede ser opositora en la democracia y ahora seguramente se esforzará por demostrar que puede ser gobierno sin dejar de ser democrática.

Así como la Concertación se comprometió a aceptar el capitalismo, la derecha está comprometida a aceptar la democracia. También se podrá decir que así como la Concertación se hizo cargo de las leyes del mercado, la derecha deberá hacerse cargo de los compromisos sociales. Si para llegar al poder en su momento la Concertación probó que su victoria no significaba el retorno de la Unidad Popular, hoy la derecha deberá probar que con Piñera no regresa el pinochetismo.

Gobernar en democracia significa no sólo respetar las reglas del juego, sino también ganar la voluntad de quien es el titular de la soberanía: el pueblo o los ciudadanos. Si la izquierda ha aprendido que no se puede gobernar ignorando las leyes de la economía, la derecha está aprendiendo que tampoco se puede gobernar en contra de las grandes demandas populares, demandas que en cualquier país civilizado son más o menos las mismas: trabajo, salud, educación, seguridad. La Concertación en estos años hizo lo que pudo y el resultado ha sido meritorio; la derecha tratará de hacer lo que sabe y hasta es probable que se atreva a concretar aquello que los progresistas no se animaron o no pudieron. No sería la primera vez en la historia que esto ocurre.

Por lo pronto, el ganador se presentó como el candidato del cambio. Pronto sabremos en qué consiste ese cambio. Piñera no es un millonario, es un hombre que se hizo millonario, lo cual no viene a ser exactamente lo mismo. Si la habilidad que tuvo para multiplicar su fortuna personal la aplica para multiplicar la fortuna social de los chilenos, seguramente su presidencia será muy interesante. Yo, por principio o por cábala, no creo ni dejo de creer en nada. Por ahora prefiero mirar y juzgar de acuerdo con los hechos. Creo que lo mismo hará la inmensa mayoría de los chilenos.

Por Rogelio Alaniz